Despojos. Rachel Cusk. Traducción de Catalina Martínez Muñoz. Libros del Asteroide. 176 páginas. 17,95 euros.
La escritora publica 'Despojos', donde describe el naufragio de su matrimonio y pone en duda la ortodoxia del feminismo. Esta polémica obra cambió su forma de escribir y le hizo tomar distancia de la ficción
"El mundo literario me asesinó. Fue un castigo despiadado contra una mujer que intentaba hablar de su experiencia con honestidad"
"Ese libro fue un cambio total. No logré regresar a ese estado de fe que la ficción te impone como escritor y lector. Hoy sigo sin poder leer novelas. Ya no me las creo"
La escritora publica 'Despojos', donde describe el naufragio de su matrimonio y pone en duda la ortodoxia del feminismo. Esta polémica obra cambió su forma de escribir y le hizo tomar distancia de la ficción
"El mundo literario me asesinó. Fue un castigo despiadado contra una mujer que intentaba hablar de su experiencia con honestidad"
"Ese libro fue un cambio total. No logré regresar a ese estado de fe que la ficción te impone como escritor y lector. Hoy sigo sin poder leer novelas. Ya no me las creo"
A lo largo de una década, Rachel Cusk (Saskatoon, Canadá, 1967) intentó vivir "como una hermafrodita, con una mitad masculina y otra femenina". También lo hizo su exmarido, que renunció a su trabajo de abogado para quedarse en casa y cuidar de sus dos niñas. Quisieron cohabitar "como una pareja travestida", a través de una nueva fórmula que invalidase los roles tradicionales de género. Sin embargo, el acuerdo no era perfecto: por moderno que pareciese, ella seguía haciendo dos cosas, al ser "hombre y mujer al mismo tiempo". "Mientras que mi marido, con buena intención, solamente hacía una", escribe Cusk en Despojos (Libros del Asteroide), brutal sumario del naufragio de su matrimonio. El experimento no funcionó, dejando al descubierto el espejismo de la igualdad simétrica y la injerencia de la maldita biología en nuestros constructos culturales. Al final, no quedó otro remedio que extraer la muela. Dejó un hueco considerable, un cráter sobre el que, durante mucho tiempo, no volvió a crecer nada.
El resultado de esa experiencia fue este libro descarnado que Cusk publicó en inglés en 2012, provocando un escándalo mayúsculo. No gustó su descripción de ese sufrimiento lánguido que se iba volviendo cada vez menos soportable, su odio confeso a las demás familias, su firme voluntad de aparearse con sus hijas dejando a todo macho al margen de la ecuación familiar. Tampoco su crítica al modelo tóxico que supone la familia cristiana ni el determinismo que desprende su continua evocación de los mitos griegos. "Planteaba cosas demasiado problemáticas y dolorosas para quienes seguían creyendo que sus matrimonios eran plenamente igualitarios", recuerda Cusk desde su casa en la ciudad costera de Norfolk, mientras su segundo marido le acerca una taza de café. "El mundo literario me asesinó. Los editores europeos que me habían publicado hasta entonces no quisieron ni abrir este libro. Consideraron que no era lo suficientemente intelectual", dice para explicar el misterioso retraso de esta traducción, teniendo en cuenta que sus novelas anteriores, como Arlington Park o Las variaciones Bradshaw, habían sido aclamadas en medio mundo. "Ahora creo que fue un castigo despiadado contra una mujer que intentaba representar su experiencia con honestidad. Lo veo como algo sistemático, que tiene más que ver con la ansiedad de género que suscita lo que escribo que con mi persona. O tal vez solo me resulta más sencillo pensar eso que estar convencida de que todo el mundo me odia", ironiza.
Cuesta creer que no lo viera venir. En 2001, su ensayo A Life's Work, donde ofrecía un retrato un tanto atroz de la experiencia de la maternidad, ya la convirtió en enemiga pública en el Reino Unido. "Si le pregunta a cualquier mujer por qué decidió tener un segundo hijo, le contestará que fue al llegar a la sala de partos cuando recordó lo doloroso que es dar a luz. En caso contrario, nunca habría vuelto a hacer algo así. Eso es lo que me sucedió con este libro", afirma Cusk, nunca falta de metáforas. "No creí estar diciendo nada rompedor al afirmar que el divorcio es una experiencia terrible. Y, sin embargo, la gente enfureció. Ahora creo que el divorcio es una experiencia tan destructiva que solo genera más destrucción a su alrededor". Tampoco gustó que se opusiera a la ortodoxia del feminismo y lo describiera como un concepto con significados distintos para cada persona, lo que ahora puede parecer una obviedad, pero lo era menos hace solo ocho años. "Las mujeres de mi generación somos un caso único: fuimos las primeras que tuvieron vidas totalmente distintas a las de sus madres. Nuestras hijas nos pudieron tomar como modelos, pero nosotras no tuvimos ninguno", se explica la autora. "Hemos interiorizado muchas contradicciones e intentado resolverlas como hemos podido. El matrimonio y la maternidad son cosas que no tuvimos claro cómo vivir a la luz del feminismo. Son las rocas contra las que se estrelló nuestro barco".
Sus libros parecen firmados por una escritora adicta al inconmensurable placer de llevar la contraria, guiada por la voluntad de desvelar la verdad, especialmente en los lugares donde esta sea negada con más vehemencia. "No es deliberado, pero es cierto que ese es mi estado natural. Nunca me he ajustado a las reglas", admite. Cusk lo atribuye a haber crecido entre países distintos: hija de ingleses católicos, nació en Canadá, luego vivió en Los Ángeles y regresó a Inglaterra siendo todavía pequeña. "He crecido en culturas anglófonas, aunque todas ellas muy distintas. Entiendo la lengua en todas partes, pero no necesariamente su significado". Insta a presentarla como escritora británica, pero a regañadientes. "Nunca me he sentido inglesa, solo estoy atrapada aquí. Me siento como un animal en el zoo. No me gusta ni el zoo, ni el cuidador, ni los demás animales. Querría huir, pero seguramente perecería en la naturaleza".
Despojos cambió su manera de escribir. La celebrada trilogía formada por A contraluz, Tránsito y Prestigio, con los que volvió a ganarse el respeto de la intelligentsia, es una mezcla de ficción y no ficción, diálogos y conversaciones, anécdotas y digresiones no siempre relevantes, en la que la noción de argumento deja de tener importancia. Si no sonara un poco ridículo, casi podríamos hablar de posficción. "Ese libro fue un cambio total en mi trabajo y en mi vida. El relato en el que creía hasta entonces se desmoronó. Y, en paralelo, ya no fui capaz de regresar a ese estado de fe que la ficción te impone como escritor y como lector. Hoy sigo sin poder leer novelas. Ya no me las creo".
En Prestigio afirma que a los ingleses les gusta vivir en casas antiguas, aunque reformadas con todas las comodidades modernas. "Eso me llevaba a preguntarme si quizá podría aplicarse el mismo principio a las novelas", escribe Cusk. No cabe duda de que anda metida en ese proyecto de reforma: construir nuevos interiores para el viejo edificio que es la novela. "Construir algo nuevo es delicado: es muy fácil que resulte feo, inútil o que no dure. Con la trilogía quise que el diseño fuera lo más ligero posible, que el edificio casi no ocupase espacio, que tuviera una planta estructural invisible. Quería que mi trabajo quedase libre de la influencia de la imaginación", afirma. "La novela inglesa sigue en un esquema victoriano de introducción, nudo y desenlace, siempre muy ligado a la fantasía del autor. No trato de ser una escritora radical, pero frente a ese modelo es muy difícil no serlo".
La autoficción de Cusk parece crítica consigo misma. "El yo está acabado. No creo que pueda volver a usar la forma de mis últimos libros o a escribir en primera persona", sentencia. La autora desvela que su nuevo libro, escrito durante el confinamiento, será un remake de otro antiguo: de nuevo, una manera de ocupar el menor espacio posible. A ratos, vislumbra un proyecto más personal, que hablaría del sentimiento de invisibilidad que experimenta en este momento de su vida, de "la futilidad y la redundancia" que siente como mujer madura, de lo mucho que ha consagrado a la vida familiar y lo poco que le queda ahora que sus hijas están en la universidad. "Pero no seré yo quien escriba esas verdades. Ya me han tirado suficientes piedras…", concluye a carcajadas. La pregunta es si será capaz de guardárselas solo para ella.
(Álex Vicente, Babelia, El País)
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