sábado, 1 de febrero de 2020

Adiós a ‘Violeta La Burra’ artista, maricona y mejor persona

Muere Pedro Moreno, un personaje conocido como 'Violeta la burra' en la noche de Barcelona que ya no existe y que defendió su homosexualidad en tiempos de ostias


En los últimos meses Violeta La Burra ya no castañeaba con salero al entrar en los bares y locales nocturnos de Barcelona donde además de vender rosas que portaba en una botella de plástico, aún tabaco y algún CD suyo tenía siempre un piropo al punto. Si uno estaba solo, el piropo era para ti y si estabas acompañado el piropo era para ella. ¡Qué manera de llamar guapo y guapa! Su presencia, entre a lo Sara Montiel y Marujita Díaz, ojos grandes y floripondio con gusto, alegraba la noche porque antes que artista popular o vendedora fue siempre persona y muy maricona, condición que reivindicaba y le había reportado más de un par de ostias en alguna comisaría.

Violeta La Burra se llamaba Pedro Moreno Moreno y ha muerto muy querida en Barcelona y de cuerpo presente en Herrera, su pueblo natal de la provincia de Sevilla, donde nació en 1936, año triunfal y muy jodido porque empezó la guerra y se prolongó la miseria en Andalucía. Su madre quería un varón. "Que mi mare desía que quiero un varón, que quiero un varón, cuando iba a nacé yo, aversimentiendes, que quiero un varón, que quiero un varón, la pobresita, y así nací yo", le contó tal cual a Francisco Umbral en uno de sus "Spleen de Madrid".

La pobreza más que la homosexualidad le llevaron antes de los veinte años a Barcelona, que la estaba esperando aunque llegase en tren expreso. Con los años, Violeta se hizo más barcelonesa que Rius i Taulet y tan del Barça como la Feliu (no hay más que escuchar "Soy culé del derecho y del revés", homenaje al Tiki-taka con segundas, canción de su último disco, "2012, mejor que nunca", canto del cisne cargado de coña, alegrías y dobles intenciones, como anticipan los títulos: "La crisis me pone", "Z de zorrón" o "Yo soy mariquita").

Violeta encarriló su vocación artística y el espíritu alegre en los bajos y artísticos fondos de Barcelona, cabe a La Rambla, en tablados, garitos y cabarets donde el franquismo se desentendía de la moral y se mariconeaba mucho. Finales de los años 50. Los Claveles, El Andalucía de Noche, el Jardínes de Córdoba y de allí el gran salto al Bagdad y el Barcelona de Noche, aprovechando el filón del travestismo en los años de la transición, tiempo de pasiones, nobles y bajas. Violeta La Burra cobró fama por su gracia, arte y desparpajo hasta el punto de que fue contratada en París, de donde venían muchos niños y todas las perdiciones.

Jean Marie Rivière, "rey de la noche de París", la fichó para el Paradis Latin, meca del travestismo europeo en los años 70. "Yo no lo he inventado, sólo le he dado cartas de nobleza", decía Rivière del género. El estrellato se prolongó un par de años porque Violeta tenía a su madre delicada y lo suyo era más Barcelona y la Semana Santa de Herrera que la bohemia de París.

Con el siglo XXI y la edad, le llegó el declive y eso tan cursi de "reinventarse" aunque nunca presumía de haberse codeado con Lola Flores o Salvador Dalí ni se lamentaba de los chulos que le sacaron las perras y cosas peores. "Me había llevado unas palizas...", confesó una noche en el Dry Martini, su segunda casa, donde Javier de las Muelas y su buena gente le daban cobijo, zumo de naranja o alguna copa de champaña en su deambular por ciertos locales y restaurantes del centro de Barcelona donde todos la apreciábamos y mucho, a diferencia de las calles de sus éxitos, como Escudillers, tomadas por extranjeros que nunca hubiesen apreciado el lujo de ver, saludar y charlar con Violeta La Burra, gran amiga o amigo, da igual, tan andaluza y barcelonesa.

(Joaquín Luna, La Vanguardia)

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