Mireia Isturitz Moreno es antropóloga social
Últimamente se puede observar la proliferación de ciertos discursos contra las personas trans, alegando que una persona no puede ser parte de un género u otro basándose en su sentir; sin embargo, sería conveniente hacer una pequeña reflexión sobre esta afirmación. No podemos entender la importancia del género en nuestra sociedad si no lo comprendemos dentro del campo de los sentimientos.
En los discursos transexcluyentes se da a entender que ser parte de un género no depende del sentimiento de pertenencia, sino de unas características biológicas. Este argumento tiene dos problemas muy serios, el primero, que al basar la identidad de género en la biología, se vuelve inmutable. Y en segundo lugar, consideran que los sentimientos son independientes de su contexto sociocultural.
Los sentimientos también son una construcción social que puede variar según una cultura u otra, y esta es una idea que podemos extrapolar a diferentes ámbitos sociales, como por ejemplo el sentimiento de maternidad, el cual no tiene por qué darse de la misma manera que se produce en nuestra sociedad eurocéntrica. En la sociedad cisheteropatriarcal en la que estamos inevitablemente imbuidos se ha establecido que solo existen dos géneros, el hombre y la mujer, y a cada cual se le ha asignado unos roles y unos estereotipos, por lo tanto, este hecho establece una manera de vivir el género. Esta forma de catalogarnos es completamente acientífica, ya que la misma ciencia afirma que el binarismo biológico no es real; esta premisa nos lleva a la conclusión de que el género es una construcción social, pero… ¿Es tan solo eso? En mi opinión, no. El género también es un sentimiento, un sentimiento social que pasa a ser un sentimiento individual una vez que se realizan los procesos de socialización. Así, la pertenencia o no al género asignado al nacer está estrechamente relacionado con los sentimientos; es más, si los sentimientos carecieran de importancia a la hora de articular el género en nuestra sociedad ¿por qué se crea un discurso y unos mecanismos muy concretos para que sintamos rechazo por aquellas personas que no se ajustan al binarismo? Por ejemplificar lo dicho, en nuestra sociedad los insultos actúan como mecanismos reguladores para moldear el comportamiento de quién los sufre, algo que muchas personas del colectivo LGBTIQ experimentan; este mecanismo de agresión verbal tiene dos objetivos: por una parte, el individuo que profiere esos insultos siente que su identidad cisgenero es superior; el sentimiento respecto al género asignado se fortalece. No se puede obviar que el discurso cisnormativo apela al sentimiento y que nuestra sociedad cisheteronormativa es consciente del poder de los sentimientos, es por ello que desde que empezamos a socializar se pone especial énfasis en que la gente desarrolle un sentimiento de pertenencia, de apego al género establecido.
Cuando en los discursos transexcluyentes se repite una y otra vez que el género no es un sentimiento, se olvida por completo el papel tan fundamental que ocupa en nuestra sociedad, ya que desde pequeños se nos enseña a sentirnos parte de un género normativo hasta que llegue el punto de que el género binario sea naturalizado y por lo tanto, inmutable. ¿Es ilógico decir que el género en su totalidad, aparte de una construcción social, es un sentimiento social que evoluciona a un sentimiento individual? Todo lo contrario, es ser consciente de que la construcción social del género influye en los individuos y como una sociedad binaria restrictiva e inflexible es capaz de utilizar los sentimientos como arma arrojadiza contra aquellas personas que desafían la cisheteronormatividad.
(Gara, 30/01/22)
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