Presentación virtual de El fuego entre nosotras el domingo 2 de mayo, a las 19, música en vivo con Dani Umpi, sorteos, premios y una kermés-discoteca llamada Tortícolis. Para participar pedir el link en el Instagram de la autora @fernanda_laguna55
El fuego entre nosotras, la nueva novela de Dalia Rosetti, heterónimo literario de Fernanda Laguna, es una comedia anarquista de porno incenciario, autoparodia o reflexión del mundo del arte contemporáneo
Marina Esther Traverso tuvo muchos seudónimos, el más célebre fue Niní Marshall, pero no fue el único: debutó como cantante internacional con el nombre de Ivonne D'Arcy y también firmaba como Mitzi sus columnas ilustradas por ella misma en la revista Sintonía. Cantaba, actuaba, escribía y dibujaba, el desbordado talento múltiple de Niní Marshall, máxima actriz cómica de su tiempo, encontró su pista de despegue en la radio en la década del 30 pero su revolución no tuvo un único medio. En Mujeres que trabajan (1938), dirigida por Manuel Romero, Marshall debutó en cine con un personaje secundario que se terminó adueñando de la película, su talento le dio un lugar de privilegio en la industria cinematográfica. "En casi todas las de Romero no fui protagonista. Las demás llevaban la cosa dramática y yo ahí, para hacer los líos", así recordaba ella su lugar en la historia del cine: "fui coprotagonista, siempre fui el payaso de la película." Pero la Marshall no era solo actriz, sino comediógrafa, porque ella era dueña de sus palabras, escribía sus parlamentos y hasta sus canciones cuando hacía musicales: "Se me ha dejado colaborar siempre en los guiones, de una manera anónima." La victoria de Marshall fue que su voz se escuche, o mejor dicho, sus voces se escuchen. Así recordaba ella su aporte en los días de radio: "¿Qué traje de nuevo a esa época? Bueno, creo que esta manera de actuar, porque a los cómicos, hasta entonces, les traían el libreto y hacían radioteatro; no lo que hacía yo. Yo escribía mis propias intervenciones. A mí me habían puesto en un programa donde estaban las orquestas más importantes: estaba Canaro, con cuya orquesta me inicié, Armani y mucha gente valiosa; no es que yo valiera, me habían puesto allí, nada más. Fue entonces que hice lo que a nadie se le hubiese ocurrido: hice a Cándida, la mucama que tuvimos muchos años en mi casa, cuando yo era chica." El primer personaje radial de Marshall estaba basado en una mucama, ese puntapié inicial dado con Cándida, ese nuevo seudónimo de Marshall, la llevó lejos, a envalentonarse con otros personajes como Catita, a no dejarse guionar, a crear sin patrones. Cándida se volvió célebre en Hispanoamérica gracias al cine, incluso filmó películas en México y España. Fue la mucama empoderada que logró emanciparse.
Hace algunas décadas atrás, Fernanda Laguna encontró en su alterego literario Dalia Rosetti una forma de expandir su universo. Como Marshall, el talento de Laguna es múltiple, es artista visual y curadora, además de narradora y poeta prolífica. Y como escritora tiene una genialidad para la comedia muy cercano a la actriz y guionista. El fuego entre nosotras, la nueva novela de Dalia Rosetti, podría ser una nueva entrega de las aventuras actualizadas de Cándida, un relato que, a partir del metejón de una empleada doméstica, se ramifica en una suerte de guerrilla porno-lésbica en Bariloche.
- Comando Torta.
Valeria, una de las protagonistas, está enamorada de su patrona, una señora hetero, casada con hijes, que estudia curaduría. Con un plan milimétrico, Valeria logra acompañar a su patrona a un seminario de curaduría en un hotel de Bariloche para intentar cumplir su sueño de conquistarla. Pero no es una reversión de Cenicienta, porque la matriz del relato no es clásico. Si Dalia Rosetti había debutado como escritora con "Tatuada para siempre", un cuento que reelaboraba el subgénero lésbico de cárcel de mujeres, esta nueva aventura es la versión tortillera de la telenovela de la tarde de mucama enamorada de su patrón, algo así como una esperpéntica remake literaria de la Muñeca Brava de Natalia Oreiro. Pero progresivamente, a fuerza de un perfecto giro literario, con su correspondiente cambio narrativo, la novela abandona cualquier forma de relato lineal, para salir del personaje guía, del protagonismo totalizador, para desdoblarse, perderse y fundirse en la hipérbole de un colectivo espontáneo de personal de limpieza, de "obreras del trapo". Lo que empezó como telenovela de mucama termina implosionando en esquirlas que forman un batallón de mujeres que trabajan, que incluye a la propia Dalia Rosetti como personaje, quienes usan los utensilios de limpieza como armas, haciendo de aquello que las esclavizan una forma de liberarse de sus propios patrones. El pop como estallido. Una colectiva de mujeres explícitamente mutantes, porque la misma novela las compara con los X-Men. "¡Cumbia, nena!", grita un personaje de la novela (las comillas no son mías) y parece reproducir la vibración del título del primer disco de tropipunk de Kumbia Queers, como ese cover de Madonna llamado "La isla con chicas", donde la banda imagina un paraíso orgiástico y lésbico en un bar de San Telmo. Pero lo pop, la caricatura y el flirteo con lo fantástico en la escritura de Laguna no se vuelve solo comedia extremista y erotismo punk sino también porno de guerrilla. Ese belicismo erotómano se funda en el capítulo central de la novela, titulado simplemente "La lesbiana", con una curadora de Estados Unidos que parece salir de la última versión femininja en 4D de Mad Max, y que llega del extranjero con una moto como todo equipaje. En un inglés bufo, o spanglish patafísico, tal como Niní Marshall deformaba el castellano, la novela de Rosetti le saca la lengua a todo y la mete en la concha hasta gimotear las voces del desparpajo anarcosexual. "¿Se puede pedir más que una lesbiana con pija a quien le guste destrozar cosas?", piensa uno de los personajes y no creo que haya muchas frases más queer en la literatura argentina. Apología del sexo como aniquilación de toda corrección, El fuego entre nosotras es porno incendiario, y a la hoguera va toda la corrección identitaria y sexogenérica que se cruza en el camino. Explosiones orgásmicas de armas de fuego, una masajista de peligrosas manos totémicas, una mujer que cuando coge ladra, otra con sudor venenoso, tetotas apocalípticas son algunas de las imágenes de la galería de fetiches erotómanos de la novela. Tortilleras criminales que forman una comunidad guerrillera oculta en una montaña del sur argentino, el monte de Venus pasa de nivel geológico: la escritura en erupción de Rosetti hace que esa montaña se transforme en volcán con lava de empleadas de limpieza.
- Arte y artillería.
Si Dalia Rosetti, autora y personaje, parece una forma de evasión de Fernanda Laguna por algunos puntos de fuga de la fantasía catástrofe, en El fuego entre nosotras también parece acercarse a su alterego de la vida real. Porque un eje central del relato es el mundo del arte, poblado de sus personajes arquetípicos, donde la caricatura de artistas y curadores se funde con el retrato costumbrista. No creo exagerado afirmar que en esta novela, Rosetti/Laguna hace una suerte de coda de lo que fue Belleza y felicidad, esa re-galería que en los 90 dinamitó el campo artístico-literario porteño con su espontánea erupción, creando sin tilinguerías una experiencia íntima con el arte contemporáneo en los márgenes de la resistencia en el menemismo. En medio del torbellino, la novela planta una bomba donde "lo que antes era la contemplación de una obra de arte ahora es el objeto revolucionario de un atentado". Esas obras de arte que crea la novela podrían haber estado exhibidas en los anaqueles de Belleza y felicidad. Un poco autoparodia, otro poco reflexión crítica, eso que empieza como un juego espontáneo se vuelve arte político. El chiste como forma de la rebelión artística del arte contemporáneo, pero también como forma de seducción. John Waters, en su libro Art: A Sex Book, escribe: "El arte contemporáneo es sexo. Les artistas, los jóvenes lindos trabajando en las galerías, los folletos y publicaciones de las galerías, los embalajes y los envíos, todas las personas jóvenes que van a yirar a las inauguraciones: esto es todo sobre sexo". El fuego entre nosotras es esa visión hipersexualizada llevada al extremo, y tiene la misma carga política queer que el mismo Waters le da a través de su obra como cineasta y artista visual. De hecho, la obra de arte en la novela pone en jaque el sistema político y se interpreta como un atentado presidencial, y en una de las escenas más geniales un personaje grita "¡Macri gato!". Creo que, en esta veta, Belleza y felicidad fue al menemismo lo que El fuego entre nosotras es al macrismo: una reescritura de la comedia sexual del arte para enfrentar a los sistemas ideológicos que siempre empujan la tragedia.
- El fuego entre nosotras (Dalia Rosetti).
- Ella es Valeria.
No se me ha secado ni una bombacha y no es porque hace semanas no para de llover sino por la excitación que me visita estos días. La lluvia ha contribuido a la inundación y a que no haya podido salir de la casa todas estas semanas. Mi nombre es Valeria. Trabajo las horas que me corresponden limpiando, el resto me la paso en mi cuarto chateando. Jamás me toco, no soy una chica pajera. No me gusta el sexo solitario. Aparte no gusto de mí. Una vez probé tocarme, pero fue como rascarme una picadura de mosquito de la espalda. Jamás acabo, estoy suspendida en un éxtasis permanente. Cuando me levanto tomo mate mirando en la computadora chicas operadas. Miro fotos donde se muestra el momento lleno de sangre de la implantación de un pito. Busco las fotos más abstractas donde se vean pedazos de herramientas metálicas y retazos de piel. Cada vez me levanto más temprano. Cuando una siente que tiene mucho tiempo, este se vuelve escaso. Mirar estas cosas es lo que me gusta. Pero lo que en el fondo más me calienta es pensar que alguien me espía mientras miro estas fotos. Como nunca acabo -aunque a veces intuyo que me vendría muy bien- puedo llevar este estado a la casa. Trabajo de empleada doméstica ocho horas diarias que al no ser seguidas es como si trabajara todo el día. A la hora de la siesta me llevo de incógnito algunas prendas de la patrona y de sus hijas. A Sofía y a Lourdes las cuido desde que tienen ocho, así que las vi convertirse en estas adolecentes zarpadas de dieciséis y diecisiete. Sé que no es lo más correcto del mundo excitarme con sus bombachas Caro Cuore, pero justamente es lo incorrecto lo que me atrae. Cuando entré a trabajar tenía la edad de Lourdes y me atraía Manuel, el papá de la casa. Él, como gustaba mucho de mí, me cogía antes de irse a trabajar. Siempre me decía con cariño "Me voy a conseguir la platita para que puedas tener este trabajo", "Y poder cogerme", le agregaba yo. Él se reía, yo también. No es que cada vez que viniera yo quisiera hacerlo, pero para pasarla bien me calentaba pensando en que era una empleada sometida por su jefe. Me imaginaba que era una de sus secretarias con pollera y tacos, que él estaba obsesionado conmigo y que nuestros encuentros a las 6:15 sucedían en un hotel de la Capital a las 20:45. Se ve que ahora que ya soy mayor de edad no lo excito. Para mí mucho mejor así puedo dedicarle toda mi obsesión a sus hijas y a su esposa. Las chicas no me miran con ganas, pero mamá María me necesita cada vez más. Y diría demasiado, ahora que está haciendo un curso de curaduría. Yo soy muy paciente con ella, muy. A veces hago pequeños actos vandálicos falsos para que ella me necesite más. "La plancha se rompió, señora. Pero yo se la arreglo"; "No anda la jueguera, Valeria. ¿Sabés qué le pasa?". Yo puedo arreglarlo todo porque obviamente no es que los electrodomésticos se rompan... Mientras ella me dice "Valeria, qué haría sin vos", yo pienso "No se imagina todo lo que yo hago con usted". Porque sí, quedaría más canchero decir que me gustan las chiquitas, pero María es una mujer tan pobre que me conmueve. A lo lejos me doy cuenta de que no tiene demasiados talentos y eso hace que, aunque yo no haya desarrollado ninguno, me sienta superior. Yo sé "arreglar" cosas y le soluciono todos sus problemas. Tengo que admitir que cuando llegué a la casa ella era mucho más pilas y que de a poco la fui relegando a un sillón frente a la tele. Ella me necesita más que nunca para estudiar y poder ser alguien al fin. Yo acepté dejarla ir para serle imprescindible. Tampoco es que salga tanto, estudia dos veces por semana en Belgrano. Cambió el sillón frente a la tele por una silla frente a la computadora. Manda mails y tiene un grupo de Facebook donde comentan muestras de arte y obras controvertidas. Se lo toma muy en serio. Cuando no sabe de quién hablan, googlea el nombre para dar su opinión. Una vez, al darme cuenta de que muchos del grupo no la valoraban, me inventé un perfil falso para ponerme de su lado. Inmediatamente ella se interesó por mí. Haciéndome la humilde, le puse que yo aprendía mucho de sus comentarios incisivos. ¡Qué fácil que es conquistar a una mujer por chat! Tuve que perder mucho tiempo googleando para empaparme bien sobre todo lo referente al mundo del arte. Por ejemplo, aprendí cómo luce el arte contemporáneo, aunque no entienda bien lo que significa. Aprendí que, como una nunca podrá saberlo todo ya que es muy vasto el arte, una tiene que improvisar casi todo el tiempo hablando de cosas generales. Mi nombre de curadora es Estela Frías Satomayo y soy mexicana.
Me imagino que nadie tiene la vida casi perfecta que yo llevo. Todas las tardes María me convida una botellita de cerveza. A partir de la primavera nos las tomamos en el jardín junto a la pileta mientras me cuenta del curso y me habla de Estela. En verano se agregan para colmo del placer sus hijas jóvenes en bikini. En fin, si fuera por mí me quedaría horas bebiendo, pero la perfección es un equilibrio del cual soy parte. Para ganarme unos minutos, tengo que ingeniármelas como puedo. Cuando veo que se acaba el tiempo tiro al pasar una frase que quiebre un poquito a María. Con respeto, desde mi lugar de inferioridad y sin abusar porque si se deprime mucho se me escapa al cuarto. Por ejemplo, le nombro a Ernesto, el profesor de Estética, que siempre la vuelve loca porque le dice que no vienen nunca al caso los comentarios que ella hace. Ese pequeño drama son veinte minutos extras con uno y otro y otro botellín.
Mientras limpio la máquina de lavar los platos, veo pasar a las chicas corriendo que recién salen de la pileta. ¡Urgente!, tengo que ayudarlas a sacarse el cloro del pelo para que no se les resequen las puntas. Esa frivolidad y mariconería me abre la puerta del baño. Como las vi crecer se siguen dejando ver semivestidas. La gente con plata necesita mucha ayuda y a mí me pagan para desenredarles el pelo. Sofía sale de la ducha, tiene el pelo tan largo que no puede sola. Ella me da el peine con todas las instrucciones necesarias para que se lo deje como a ella le gusta. Me da un aceite que huele riquísimo. Se lo aplico en las puntas estirándolas de arriba hacia abajo. Con mis dedos estiro puntas imaginarias. Su piel es tan suavecita que si no fuera mi patronita la tocaría. Pero imposibilidad no es sinónimo de sufrimiento. Mi huella digital imaginaria recubierta de keratina vale mil imaginaciones más. A la noche cuando estoy en mi cuarto chateo con María. También me armé dos perfiles falsos para chatear con Sofía y Lourdes. Los que uso con las chicas son de varones. De alguna manera levantándomelas las cuido. Porque las llevo a su peor lugar en la noche para aconsejarlas durante el día.
Mi cuarto tiene tele, wifi y computadora. Una ventana que da al garaje, una cama, y voy al baño que está al lado de la cocina. A algunas personas les podrá parecer negativo tener que cruzar la cocina para ir a hacer pis o bañarse, pero para mí es la posibilidad que tengo de exhibir mi cuerpo. Cuando termino de bañarme, como nadie usa ese baño, puedo esperar el tiempo que sea necesario para salir cuando escucho algún ruido en la cocina. Casi siempre es María, que va a picotear algo de la heladera. Cuando salgo me hago la sorprendida. Digo "perdón" para que ella me diga "¿Por qué?". Me dejo la toalla medio suelta para poder lucir mi espalda. Con todo el tema del arte, María está más abierta y desinhibida. No se le adhieren las habilidades necesarias para destacarse en un mundo tan exigente como el del arte, pero la sensibilidad artística la está cambiando interiormente. El otro día me contó que la directora de un museo en Nueva York era lesbiana y que eso le parecía interesante. Textual me dijo "Seguro que las maridas mujeres son más fieles". Yo para tirar todas las pelotas afuera le contesté: "Pero si Manuel... la ama". Ella me miró a los ojos mientras los suyos se le movían. La dejé pensando. Nos despedimos, sabiendo yo que en cinco minutos estaría chateando con ella. Hace no mucho hice algo extremo. Antes de salir del baño agarré la maquinita de afeitar y en vez de afeitarme las axilas me lastimé la espalda. Cuando me la encontré cortándose un pedazo de tarta fría, ella pegó un grito sospechosamente suave. Se lavó las manos y en menos de un minuto subió y bajó las escaleras para traer Merthiolate en spray transparente y un paquete de algodón. Creo que ella disfrutó curándome. Tal vez en algunos de esos segundos se le cruzó por la cabeza la idea de que ella alguna vez podría llegar a ser directora de un museo. Sus cuidados fueron hermosos. En vez de sentir lo que esperaba, no me excité, sino que sentí cariño.
(Diego Trerotola, Soy, Página 12, 30/04/21)
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