Guión de la conferencia en la Universidad de Granada, 11/01/21, en la despedida de la asignatura de 'Genéro y edad', patrocinada por el Dr. Mariano Sánchez, decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología
- Uno y dos.
La visión espontánea en nuestra cultura sobre la sexuación era un binario hombre-mujer, que serían dos realidades metafísicamente distintas, separadas por una fisura radical.
Frente a esto, en el siglo XX, se desarrolló la noción de lo no-binario, concepción difícil de asimilar cognitivamente porque es puramente negativa.
Es mejor recordar que los seres humanos comenzamos a existir siendo reproductivamente unarios, palabra procedente de las matemáticas, donde se usa para los sencillos sistemas de base 1; por ejemplo, los usados al contar, mientras que lo binario se usa para los sistemas de base 2. Por ejemplo el 1 y el 0 de la informática, Sistema binario sería suponer que la humanidad está enteramente formada por hombres y mujeres, representables por 1 y 0, o al revés, y punto, Pero no es así, hay intersexuales, y un sistema binario no los representaría.
- Actitudes racionales.
Una prueba de que la sexuación humana fue, en principio unaria es la existencia de mamas en todos y un tubérculo clitorideopeniano común. Según nuestra realidad cromosómica en mayoría XX o XY, pues hay minorías X0, etcétera, la sexuación es posterior, desarrollando o deteniendo unos órganos u otros, según la cantidad de testosterona que asimilamos durante la edad prenatal y la pubertad.
Para cuantificar lo que estoy diciendo, recojo el dato de que los niveles normales o mayoritarios de testosterona en las mujeres van de 3 a 9,5 nanogramos por mililitro, y en los hombres de 30 a 120 nanogramos, diez a doce veces más.
Es decir, hay un hiato de 20'5 nanogramos en los valores mayoritarios de mujeres y hombres, que, entre los mínimos y los máximos, son hasta de cuarenta veces mayores en los hombres, y hay minorías de mujeres, intersex u hombres, cuyos valores están en ese hiato.
Esos datos empiezan a tener valor social práctico cuando, en 2016, el Comité Olímpico Internacional ha partido de que las categorías de fuerza muscular en los deportes dependen del grado de androgenia, con independencia de ser hombre o mujer, y pone la divisoria en 10 nanogramos de testosterona.
Esta visión explica las condiciones intermedias entre otras dos, más claramente definidas, y aclara muchas formas de transexualidad, cuando se debe a una intersexualidad cerebral, mientras que otras veces se debe a razones psicológicas, muy básicas y establecidas desde la niñez, hasta el punto de que forman una identidad muy estable durante toda la vida.
Pero hablo de los hallazgos asumidos por el Comité Olímpico Internacional, porque se trata de cifras comprobadas y nada patologizantes, puesto que se refieren a una práctica máximamente saludable, como el deporte de competición.
Por tanto, éste es un punto racional de partida para entender por qué las actitudes sociales tradicionales de nuestra cultura frente a la transexualidad son prejuicios no informados. Por el contrario, empieza a ser evidente que la transexualidad tiene muchas veces una razón biológica, estable.
Parece que empieza a haber evidencias de que no se trata de una transición plena de la masculinidad a la feminidad, sino de impregnaciones en tiempos distintos de unas partes u otras del cerebro en gestación, con lo que se llega a resultados diferenciados en unas personas u otras, que pueden parecer contradictorios, favoreciendo por ejemplo en algunas personas un cambio genital pero no un cambio de género, y en otras lo contrario.
Aunque todavía queda mucho por explicar, este terreno racional es el único que debe ser estudiado para afrontar con el debido respeto y con solvencia científica la experiencia transexual, tan dolorosa y desconcertante para muchas personas transexuales.
Cualquier otro basado en la ideología política y no el estudio científico de la realidad no binaria, desde la intersexualidad a la homosexualidad o la transexualidad, no es digno de un estatuto universitario, y esto hay que decirlo con claridad en unos momentos en que vuelven a seguirse nociones arcaicas sobre el binarismo sexual, que ha habido ya tiempo para que se elaboren en el estado actual de la biología, por ejemplo. Cualquier comprensión actualizada debe empezar a pensarse dentro de los hechos que dieron lugar a la toma de posición del Comité Olímpico Internacional. Y quien crea que debe contradecirla, debe entrar en diálogo con quienes la inspiraron, siguiendo el método científico.
- Riesgos irracionales.
Voy a tratar ahora de los riesgos que, muchas veces, no de manera endógena, sino de manera exógena, acompañan en su socialización a las personas transexuales. El actual acompañamiento por parte de los padres, suele evitar en la niñez y la adolescencia muchos de estos riesgos exógenos, externos socialmente.
Casi todos los riesgos de los que voy a tratar dependen de una concepción binarista de nuestra cultura. Son hechos de cultura, y la prueba está en que, en los pocos islotes de culturas no binaristas que sobreviven, como el de la comarca de Juchitán, en México, las transexuales han seguido integradas desde hace siglos en su sociedad.
Cuando eso no ha existido, la norma ha sido la desintegración social de las transexuales. En primer lugar, este hecho afecta a las propias personas transexuales. que, al ver que somos distintas de la mayoría, tendemos a explicarnos en términos de culpa y de vergüenza. En segundo lugar, a nuestras propias familias, asimilando las nociones de culpa y vergüenza. En tercer lugar, en el medio escolar, propicio al acoso. En cuarto lugar, en las oportunidades laborales. En quinto lugar, en nuestros deseos de formar pareja.
Pero sobrevivimos, y vencemos las circunstancias contrarias, y puede que conservemos el buen humor y hasta las ganas de reír.
Es cierto que, en los medios sociales más hostiles, se puede establecer una edad de supervivencia de las transexuales en torno a los 35 años, relacionada con la casi obligada prostitución, la droga, las enfermedades y la depresión. Repaso a mis amigas en estos casos y me encuentro a unas siete víctimas de esas circunstancias a esas edades.
- Transexualidad y ancianidad.
Las supervivientes, casi siempre con trabajos estables, podemos llegar a la vejez, y a la vez, necesitadas de entrar en una residencia de ancianos que puede ser una cárcel, sin paliativos, para los últimos años de la vida.
Hace muchos años expuse en un medio no gaylesbitráns la idea de una residencia para gaylesbitráns. Se me respondió: "Es que sería un gueto".
Faltaba la noción de "espacio seguro". Es un tecnicismo aplicable a una situación en la que la insensibilidad social general obliga, temporalmente, a crear un refugio para unas u otras minorías.
Carecer de espacio seguro nos obliga todavía a entrar en territorio enemigo. Literalmente. Un enemigo no necesita matarte. Es suficiente con que te ataque de muchas maneras, y más grave es si se trata de circunstancias en las que estás especialmente debilitada, como son las de la vejez.
Todo lo que vamos a ver ahora es en términos realistas.
Veamos un nuevo tecnicismo. "Pasar" o "no pasar". Es decir, en la transición de sexogénero, parecer integrada en el sexogénero de llegada o no. Yo "no paso", por rasgos como la estatura y la voz y ya me voy conformando, porque son mis rasgos no binarios, que me gustan.
En caso de pasar, y de conseguir el silencio sobre la condición personal (un silencio obligado), no habrá problemas. Pero no pasar, es decir, en el caso de las trans, puede conllevar una reacción de enemistad, distancia o burla, descarada o sutil, procedente de toda una cultura, que no acepta a la persona variante de sexogénero.
Puede darse el caso, con frecuencia, de que la otra persona te ponga caras. O diga palabras sueltas a tu paso. O, en algunos casos, que diga que estás condenada al infierno. O mire fijamente, críticamente tu vestido. O la pintura con que te arreglas. Nada grave, pero imagínate que te dices: "No tengo escape. Ni aquí ni ahora".
Imagínate que eres homosexual y encuentras un amigo homosesexual, y a vuestro paso todo son insinuaciones. O que alguien del personal o la misma directora, alguna vez ve algo y se siente con derecho a reprenderos.
Por eso, en el caso de los homosexuales, es fácil y frecuente que de hecho decidan volver al armario, lo que equivale a la anulación, en su vejez, de los esfuerzos de integración de toda una vida.
En el caso de las transexuales que no pasan, es posible que el regreso al armario sea más angustioso, porque abarca más dimensiones de la existencia, o que, si se sigue adelante, el bloqueo se traduzca en marginación.
Por eso hacen falta espacios seguros para nuestra vejez, mientras no cambian las actitudes todavía mayoritarias en nuestra sociedad.
Hace falta que desde el personal a los colegas todos entiendan y acepten a los gaylesbitráns, acepten nuestras caricias en sus brazos, nuestros picos, nuestros besos. Que se rían con lo que nosotros nos reímos, que nos hagan compañía, que podamos hablar de nuestras cosas, contar en público nuestras batallitas, mirarnos cara a cara y en paz.
Puedo mencionar que se está construyendo en Madrid, por iniciativa gay, la Residencia 26 de diciembre. La primera residencia gaylesbitráns en España. Y con esta esperanza, termino esta comunicación.
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