Pablo, estudiante
Él no tenía pluma, explica, «o si la tenía, intentaba taparla como mecanismo de defensa porque ser afeminado era una condena». La peor época de su vida la vivió interno dos años en un colegio del Opus junto a un amigo que sí tenía pluma y ambos fueron objeto de acoso. «Había días que no salía de mi cuarto a desayunar para no oír los insultos de los compañeros», señala.
Aunque sus amigos del pueblo siempre lo aceptaron, su orientación sexual es tema tabú en casa. «Sentar a mis padres para decirles que soy gay me parece algo raro, ningún hetero hace eso, sé que me dolería mucho que me rechazaran, pero me preocupa más cómo lo llevaría mi madre». Los estudios le llevaron a Córdoba y fue entonces cuando empezó a sentirse libre. «Ser de pueblo marca, hasta que salí de aquí, no pude ser yo».
La última prueba ha sido el confinamiento con sus padres. «Al principio bien, pero ya estoy deseando irme, llevo años viviendo independiente y me he tenido que cohibir, aunque a veces he pensado que si se tenía que enterar mi madre, quizás era el momento». Si hablara con ellos, les diría que «soy el mismo que conocen, con mis defectos y mis virtudes, ser gay no cambia lo demás».
(Araceli R. Arjona, Diario Córdoba)
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